jueves, 6 de agosto de 2009

ARTÍCULO. “LA MALEDICENCIA... UN RASGO DEL HIPOCRITA”.




ARTÍCULO. “LA MALEDICENCIA... UN RASGO DEL HIPOCRITA”.

***PARTE DE LA ACADEMIA UNIVERSITARIA ACTUAL EN MI UNIVERSIDAD DEL ZULIA, GENUFLEXIONA ANTE ESE RASGO…
POR PROF. DR. MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR
MARACAIBO.ESTADO ZULIA.REPÚBLICA DE VENEZUELA.AMÉRICA DEL SUR
REDACTADA Y PUBLICADA EN LA RED JUEVES 06 AGOSTO DE 2009.

No resulta fácil plasmar en escritura nuestras reflexiones sobre la hipocresía y la maledicencia. La tarea resulta todavía más difícil si se desea contextualizarla en el campo de la gente letrada, en el campo de los intelectuales, en el escenario de la academia, pues el fantasma de los prejuicios, las lucubraciones y las ofensas arteras para quienes desarrollen estos temas, no dejarán de hacerse presentes. Aún corriendo ese riesgo me permitiré expresar algunas opiniones.

Algunas personas o la mayor parte de ellas, se muestran temerosas, muy cuidadosas y hasta indiferentes, frente a las actuaciones, actitudes, decisiones y manifestaciones sociales y de otro tipo ,de la gente a quien considera “preparado”, de vasta cultura, de formación universitaria y académica y de aquellos que gozan de reconocimiento político, social económico, religioso o de otra especie. Ese temor puede ser considerado como uno de los factores por lo cuales la sociedad actual se caracteriza por un acentuado materialismo, por la práctica del disimulo y el engaño, por el ascenso sin mérito ,utilizando la descalificación los vericuetos y sendas que suelen transitar aquellos que trabajan en la oscuridad y bajo el imperio de propósitos y fines inconfesables.

Hace tiempo escribí algunas notas sobre la maledicencia y también sobre la hipocresía. En esas reflexiones me límité a abordar el asunto en términos generales y sin contextualizar sus efectos en algunos escenarios existenciales. En el presente artículo me refiero a quienes, precisamente no deberían actuar ni con hipocresía, ni mucho menos ejercer la práctica habitual de la maledicencia. Estos procederes corresponden a las almas innobles, a los que por no brillar con luz propia, pretenden destruir las luminosas lámparas con las que el esfuerzo, la inteligencia y el culto al conocimiento, han dotado a algunos otros de sus congéneres.

Después de más de dos décadas desarrollando mi labor académica, de docente y de investigador en la muy ilustre Universidad del Zulia(Maracaibo-Venezuela), y con casi 60 años de edad y con alguna experiencia; cada vez se me hace más fácil comprobar ,que primeramente incurre en maledicencia - - - y como consecuencia de la misma desarrollar una actitud hipócrita - - -el académico, el letrado, el universitario y todo aquel que invadido por la prepotencia y la autosuficiencia, desea asumir un liderazgo para el cual ni ha trabajado ni se ha capacitado y mucho menos posee la inteligencia necesaria para materializarlo. En los variopintos escenarios de la universidad, es muy frecuente encontrar este tipo de personajes. Su currículo se encuentra abultado de constancias y de actividades “desarrolladas en universidades extranjeras”, su maleta está lista para embarcarse en el avión. La mayor parte de su vida universitaria la han pasado “volando”, y su producción intelectual, académica y universitaria, es la misma que la primera que a duras penas logró publicar, pues luego la ha re-editado agregándole algunas líneas o “cambiándole la portada o la contraportada. Aunque resulte risible , y como anécdota me cuenta un amigo, que estos miembros de la especie humana se parecen mucho a un cantante venezolano que escribió e interpretó una canción a la cual le ha sacado mucho provecho, intitulada: “ Mi limón… mi limonero” .

Por mi parte he logrado enfrentar a los maledicentes e hipócritas, haciendo uso de la única herramienta capaz de enervarlos, neutralizarlos y sacarlos del juego. Este utensilio es la verdad, herramienta que acompaño al discernimiento y la fuerza que Dios concede a quienes le sirve, anuncian y difunden su palabra. En el ejercicio de la docencia tanto como en la investigación y en el área de extensión hacia las comunidades, he actuado como he predicado y he dejado de lado mis temores y mis miedos, pues quien con Dios transita, no ha de temerle ni a la obscuridad, ni al maligno, ni a sus flechas incendiarias. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece y nadie ni nada me separará del amor de Dios. La verdad y el bien decir(bendecir) son los escudos que debemos utilizar para protegernos y luchar en contra de la maledicencia y de la hipocresía.

Transcribo algunas líneas que extraje del libro: “EL HOMBRE MEDIOCRE”, cuyo autor es el filósofo José Ingenieros:

“LA MALEDICENCIA
Si se limitaran a vegetar, agobiados como cariátides bajo el peso de sus atributos, los hombres sin ideales escaparían a la reprobación y a la alabanza. Circunscritos a su órbita, serían tan respetables como los demás objetos que nos rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que treparan las cuestas riscosas por donde ascienden los ingenios preclaros. Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehúsan a los imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino. Son buenos compañeros y depositan el., bazo durante la marcha: habría que agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo.
Los mediocres, lo mismo que los imbéciles, serían acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores. Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la zampoña, con la irrisoria pretensión de sus desafinamientos.
Tórnense entonces peligrosos y nocivos. Detestan a los que no pueden igualar, como si con sólo existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos: la exigüidad del propio valimiento les induce a roer el mérito ajeno. Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca es más vil la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentilhombre.
Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena.
Ninguna escena alegórica posee más honda elocuencia que el cuadro famoso de Sandro Botticelli. La calumnia invita a meditar con doloroso recogimiento; en toda la Galería de los Oficios parecen resonar las palabras que el artista no lo dudamos quiso poner en labios de la Verdad, para consuelo de la víctima: en su encono está la medida de su mérito... La Inocencia yace, en el centro del cuadro, acoquinada bajo el infame gesto de la Calumnia. La Envidia la precede; el Engaño y la Hipocresía la acompañan. Todas las pasiones viles y traidoras suman su esfuerzo implacable para el triunfo del mal. El Arrepentimiento mira de través hacia el opuesto extremo, donde está, como siempre sola y desnuda, la Verdad; contrastando con el salvaje ademán de sus enemigas, ella levanta su índice al cielo en una tranquila apelación a la justicia divina. Y mientras la víctima junta sus manos y las tiende hacia ella, en una súplica infinita y conmovedora, el juez Midas presta sus vastas orejas a la Ignorancia y la Sospecha.
En esta apasionada reconstrucción de un cuadro de Apeles, descrito por Luciano, parece adquirir dramáticas firmezas el suave pincel que desborda dulzuras en la Virgen del granado y el San Sebastián, invita al remordimiento con La abandonada, santifica la vida y el amor en la Alegría de la primavera y el Nacimiento de Venus.
Los mediocres, más inclinados a la hipocresía que al odio, prefieren la maledicencia sorda a la calumnia violenta. Sabiendo que ésta es criminal y arriesgada, optan por la primera, cuya infamia es subrepticia y sutil. La una es audaz; la otra cobarde. El calumniador desafía el castigo, se expone; el maldiciente lo esquiva. El uno se aparta de la mediocridad, es antisocial, tiene el valor de ser delincuente; el otro es cobarde y se encubre con la complicidad de sus iguales, manteniéndose en la penumbra.
Los maldicientes florecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las academias, en las familias, en las profesiones, acosando a todos los que perfilan alguna originalidad. Hablan a media voz, con recato, constantes en su afán de taladrar la dicha ajena, sombrando a puñados la semilla de todas las yerbas venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación de los envilecidos; sus vértebras son nombres propios, articuladas por los verbos más equívocos del diccionario para arrastrar un cuerpo cuyas escamas son calificativas pavorosos”. (INGENIEROS José. El HOMBRE MEDIOCRE. Caracas-Venezuela. Editorial Panapo.1987.Pags.51-52)


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