viernes, 20 de marzo de 2009

VÍDEOS REFLEXIVOS " FUENTE DE AGUA VIVA… “COMENTARIO...



VÍDEOS REFLEXIVOS " FUENTE DE AGUA VIVA… “COMENTARIO...

POR PROF. DR. MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO.ESTADOZULIA.VENEZUELA.AMÉRICA DEL SUR.
GRABADA EL MIERCOLES 04 DE MARZO DE 2009.
TRASLADADO A LA RED VIERNES 20 DE MARZO 2009

Los pueblos del Medio Oriente comprendían y comprenden mejor que nosotros el valor del agua. Además, es un tema tan frecuente en la literatura oriental y en la misma Biblia que ha llegado a convertirse en una realidad de alto simbolismo teológico y espiritual.

Se la señala como fuente y fuerza de vida. Sin ella, la tierra se vuelve un desierto, y los hombres y los animales se ven condenados a una muerte segura. También la Biblia habla de las aguas purificadoras que se utilizan para el uso doméstico, pero, sobre todo, para el culto del templo, donde el rito del baño y las abluciones reciben un significado sagrado.

Bástenos recordar las páginas de la creación, en las primeras líneas del Génesis. Allí el autor sagrado nos describe la obra de Dios Creador y menciona explícitamente la separación de las aguas para dar origen a la vida (Gn 1, 2.6-7). En el paraíso, el Señor Yahvé colocó un manantial de frescas aguas que regaba todo el jardín y lo llenaba de flores y de frutos hermosos (Gn 2, 10). Más tarde, las aguas del diluvio (Gn 7-8) y el paso de los israelitas por el mar Rojo (Ex 14) vinieron a ser como el símbolo del bautismo, que destruyen el pecado y dan origen a una nueva alianza de Dios con el hombre. Y cuando los hebreos estuvieron a punto de morir de sed en el desierto del Sinaí, Dios hizo brotar el agua de la roca en el Horeb (Ex 17, 1-7). Y Yahvé transformó para ellos aquella agua amarga e insalobre de Mará en un agua dulce y deliciosa (Ex 15, 22-27).

También los profetas vieron en el agua un símbolo de vida y como el cumplimiento de las promesas mesiánicas: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12, 3). Isaías repite una y otra vez al pueblo desesperanzado: “Los pobres y los menesterosos buscan el agua y no la hallan; su lengua está seca por la sed. Pero yo, Yahvé, haré brotar manantiales de agua fresca en las alturas peladas y fuentes en medio de los valles.Tornaré el desierto en estanque, y la tierra seca en corrientes de aguas” (Is 41, 17-18; 43, 18-21). “¡Oh vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero!” (Is 55, 1).

Y el río de aguas frescas y medicinales que sale del nuevo templo, del que habla Ezequiel y el Apocalipsis del apóstol Juan, son como otro símbolo de la vida eterna que Dios nos ofrece (Ez 47, 1ss; Ap 22, 1-5).

Debido a la grandes carestías en Palestina, los israelitas hicieron la experiencia de recoger el agua de la lluvia en cisternas; si éstas estaban construidas sobre la roca, el agua se purificaba sola y se volvía fresca y potable. Pero aunque estuviera bien administrada, siempre se agotaba y su falta se convertía en una terrible amenaza. Por eso, un pozo era considerado como un gran tesoro, tanto más si se trataba de una fuente de “agua viva”, como el que dio Jacob a su familia, del que nos habla el Evangelio de hoy.

Aquella mujer samaritana tenía que acudir por necesidad todos los días, como tantísimos otros habitantes del lugar, a aquel pozo para poder saciar su sed, la de sus animales, y transportarla en cántaros a sus casas para sus usos domésticos.

Pero aquel día, de una forma totalmente insospechada, se encuentra con un judío junto al pozo. Y lo más extraño es que le dirige la palabra y le pide de beber. El evangelista tiene la atención de explicarnos que no se trataban los judíos y los samaritanos. Además, no era normal que una mujer le dirigiera la palabra a una mujer extranjera. Pero Jesús, como siempre, no se detiene ante las costumbres o tradiciones humanas cuando está en juego la salvación de las almas. Y, por eso, toma la iniciativa: “Dame de beber”.

La mujer, extrañada, responde a Jesús objetando su situación de mujer y de samaritana. Pero se sorprende aún más al escuchar la respuesta del Señor: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva” (Jn 4, 10). ¿Cómo le puede dar agua viva este judío, si ni siquiera es suyo el pozo ni tiene cuerda para sacar el agua? ¿De dónde le puede venir a éste esa “agua viva”? Pero Jesús ya ha tocado su curiosidad. Y ya no parará hasta conquistar completamente la fe y el corazón de aquella mujer para Dios.

“Quien bebe de esta agua volverá a tener sed –prosigue Jesús—, pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá jamás sed, pues el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn 4, 13-14). ¡Vaya! Esa promesa, si era cierta, sonaba bastante interesante. ¡Así se podría ahorrar tantas fatigas e incomodidades todos los días!... Y desde ahora comienzan a invertirse los papeles. Es ya la mujer la que pasa a pedirle a Jesús que le dé de esa agua.

Pero, ¿cuál era esa agua de la que hablaba Jesús? Ciertamente, Él estaba en otro plano superior. Y la respuesta nos la da el mismo Juan en unos capítulos más adelante de su evangelio: “El último día, el día grande de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó, diciendo: ‘Quien tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, torrentes de agua viva brotarán de su seno’. Esto lo dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él” (Jn 7, 37-39).

Esa agua es la que brotó del costado traspasado de nuestro Salvador, una vez que “entregó el Espíritu” sobre la cruz: “llegando a Jesús, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis” (Jn 19, 33-35).

Esa agua viva, pues, es el Espíritu Santo, la fe en Jesucristo, la vida eterna y la gracia santificante que brota de su pasión, muerte y resurrección, y que nos comunica a través de los sacramentos de la Iglesia. ¡Acerquémonos a esta fuente de aguas vivas y saciemos nuestra sed con el don que Jesucristo nos ofrece en su Iglesia “. (TOMADO DEL SITIO CATHOLIC.NET.)

ETIQUETAS: SEDIENTO, SED DEL ALMA. AGUA VIVA, AGUA SANADORA,











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