Por: Prof. Dr. Mervy Enrique González Fuenmayor
Maracaibo, Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.
Redactado en fecha viernes 25 de julio de 2008. Hora: 5:14am
Trasladado a la red en fecha viernes 25 de julio de 2008.
Encontrábame tratando de efectuar mi primera comida del día, es decir el desayuno, en uno de los sitios emblemáticos de mi ciudad de Maracaibo, ubicado en una zona de gran pujanza económica, de tradición cosmopolita y cuya panadería-cafetín posee más de cincuenta años de historia. En eso andaba, motivado por los reclamos internos de mi humanidad, cuando por esas actitudes naturales que nos persiguen a cada uno de nosotros, presencié sin querer el diálogo entre una señora sexagenaria y una joven a la cual debí presumir su hija, en virtud de los diálogos y escenas que pude presenciar entre ellas. El diálogo en cuestión se refería a una pequeña disputa o diferencia entre un cliente o comensal que allí se encontraba, con una de las dependientes cuya misión es la de entregarle a cada cliente que vaya a consumir una especie de recibo, con el monto de lo que tiene que pagar por lo que ha consumido, y con este recibo, luego debe ir a alguna de las cajas del establecimiento, para efectivamente hacer el pago. Pues bien, esa diferencia que se hizo pública, en vista del subido tono de voz con el cual trataban de limar las diferencias, dependienta y comensal, lo cual permitió que la presunta hija de la señora, y vamos a llamarla de aquí en adelante, a los efectos este artículo: "la joven", se involucrara en el asunto, asumiendo una actitud —curiosamente—, defensiva de la dependienta y del establecimiento. El asunto si mal no recuerdo se refería a una diferencia en cuanto al monto de lo consumido por el comensal, quien al hacer el reclamo correspondiente recibió por respuesta una contradicción, rechazo y hasta la materialización de una conducta o actitud irrespetuosa, poco ética —y yo aseveraría: totalmente desproporcionada con lo que ocurrió—, por parte de la dependiente.
Se que la curiosidad ha invadido casi totalmente a mis lectores, por ello no dilataré más la crónica del hecho. Lo que sucedió, cuando "la joven" le manifestó al comensal “que él no tenía razón, que realmente sí había consumido lo que el recibo expresaba, que la dependienta tenía razón y que por demás era un abuso del comensal tal reclamo”. No tengo palabras para describir —sin ofender con palabras altisonantes a mis lectores— lo que aconteció luego. El comensal se enfrentó con palabras ácidas, con un tono inusual y con expresiones de variopinto color, pero especialmente de rojo subido, en contra de "la joven" y ésta no se quedó tranquila sino que ripostó y reorganizó un contraataque de Padre y Señor mío. En definitiva la sangre no llegó al río, puesto que la gerente del establecimiento, utilizando la inteligencia que Dios nos dio, trajo la presencia en el área de atención al público, a la trabajadora encargada de preparar los alimentos indicados en los pedidos que les suministran los dependientes, y esta trabajadora manifestó que efectivamente el comensal tenía razón, que no había consumido lo que le querían cobrar y que por lo tanto, todo se trataba de un error. Después de haberse calmado los ánimos y habiéndose marchado el comensal, la presunta madre de la " joven" le espetó esta expresión con la cual rotulo mi artículo, y que es muy socorrida en América Latina y sobre todo en mi ciudad Maracaibo, estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur: "yo te lo dije hija, que no te metieras en el problema del señor comensal, por cuanto esto te traería problemas, porque AGUA QUE NO HAS DE BEBER, DÉJALA CORRER".
La conseja de este artículo es que no acudas dónde no te han llamado —yo agregaría, salvo para impedir o evitar la injusticia—, no prejuzgues sin antes haberte formado un juicio imparcial y nunca pero nunca, emitas opinión cuando no tengas los elementos de juicio suficientes para hacerlo. No vaya a ser que el agua que hayas derramado pueda llegar a límites de desbordamiento, en lo cuales pudieras perder la vida ahogándote y con mayor razón en este caso, cuando te metiste en el agua: sabiendo que: a) eran aguas profundas, b) que no sabías nadar y c) con la agravante de que no poseías ni siquiera un minúsculo salvavidas. COSAS VEREDES SANCHO…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario